Alacranes en el armario.
Ha sido una noche intensa, no muy apacible.
Con EMDR estamos desbloqueando maneras de operar que claramente ahora ya no puedo sostener, y tras las sesiones llegan sueños extraños.
Pasillos subterráneos de los que no vamos a salir, regresos de personas que realmente nunca van a tener segundas oportunidades.
El alacrán fue simplemente uno de los tres sueños de una noche donde el miedo a la muerte se vistió de simbolismo y metáforas.
Sin previo aviso ni contexto ahí estaba dentro del armario de mi tatarabuelo. No es una pieza nada espectacular ni con un valor artístico destacable, pero por aquello de que es de la familia le tenemos (o debemos) cariño, y lo conservamos.
¿Cuántas cosas conservamos, por ser de la familia, que realmente no tienen ningún sentido para nosotras?
¿Cuántas cosas conservamos que detrás de su aparente inocencia contienen alacranes?
Cómo salvarles a ellos, de la picada del alacrán, era mi única preocupación. En un primer momento, lo vi sencillo. Me sentía capaz de cazar uno, pero al acercarme comprendí que no estaba solo. Había cientos de ellos y ninguna posibilidad de meter la mató y salir ilesa.
Igual la solución era ir más allá de ellos y eliminarlo todo. Desprenderme de vínculos que nunca decidí y nunca cuestioné.
Y mientras me despido de un armario que nunca cerró bien siento una gran liberación en el pecho, por el rabillo del ojo veo como los armarios se reproducen a mi izquierda.
Los sueños no siempre acaban bien, pero siempre acaban.
La única solución en este caso fue despertarse.